Si la creciente difusión de "fake news" en redes sociales y los, generalmente oscuros, intereses que las difunden están en el centro de las preocupaciones de analistas, académicos, medios y organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, qué se puede decir cuando grandes medios y periodistas referentes son también parte del problema.
En los últimos años se han hecho preocupantemente frecuentes las revelaciones sobre noticias y reportajes inexactos, cuando no derechamente falsos, en medios de comunicación reconocidos. Todos los grandes medios de Estados Unidos han vivido el bochorno de tener que aceptar que algún gran reportaje, incluso de un autor galardonado, resulta ser una obra de ficción.
El más reciente caso es el de la revista alemana Der Spiegel que debió dedicar una portada a explicar cómo uno de sus reporteros estrellas, Claas Relotius, se inventó nada menos que 14 reportajes -que se sepa, porque todo el trabajo del periodista está sometido a verificación-, que incluyen sensacionales entrevistas con personajes que parecían inaccesibles, sin que la venerable revista alemana pudiera detectar el fraude en algún momento.
La portada se titula "Cuenta lo que es" -"Sagen was ist", en alemán-, una frase que sirvió de slogan a la publicación, editada en Hamburgo, en tiempos fundacionales, después de la amarga experiencia de la II Guerra Mundial en 1947.
Lo peor es que Der Spiegel cuenta con una unidad de verificación, donde trabajan más de 20 personas, aparte de los filtros naturales de una redacción de tal envergadura. Para llegar al papel, los trabajados de Relotius burlaron a, al menos, 60 lectores internos que debían estar seguros de lo que la revista publicaba. Insólito.
Insólito también fue cómo la directiva de la revista descubrió el fraude. Gracias a otro periodista, el emigrado español Juan Moreno, quien trabaja como free lancer de Der Spiegel, cuya preocupación por su reputación lo llevó a investigar el trabajo de su colega, en medio de la incredulidad, incluso agresiva, de las autoridades de la publicación.
Resulta que a Moreno y Relotius se les asignó la cobertura a cuatro manos de la caravana de migrantes centroamericanos que intentó llegar a Estados Unidos, tras una larga travesía, el año pasado. Ambos periodistas no debían cubrir la información general, sino conseguir una historia cada uno que relatara las visiones de los migrantes y de los que en la frontera estadounidense iban a repeler su entrada.
Cuando Moreno recibió la versión final redactada por Relotius, pero que también llevaba su firma, le incomodaron ciertos detalles de la historia. Algo peor pasó cuando recibió una versión corregida que incluía una reseña de un campamento de milicianos civiles, con entrevistas incluídas. El español se sorprendió de que este material apareciera de pronto y no en la primera versión.
Moreno planteó con tacto a sus jefes en Der Spiegel sus dudas y fue severamente cuestionado. Después de todo, Relotius había ganado los principales premios alemanes de periodismo, e incluso había sido galardonado por CNN, y él no era más que un free lancer quizás demasiado ambicioso. De manera que decidió investigar a fondo y consiguió los testimonios directos -y debidamente grabados- de los entrevistados no entrevistados y de las fuentes jamás consultadas del periodista alemán.
A partir de ahí a Relotius se le vino, literalmente, el mundo encima. En el colmo de la desesperación, el periodista llegó a manipular un correo de una fuente dirigido a Der Spiegel para ocultar el hecho de que ni siquiera la conocía. En una primera consecha, se detectaron cuatro reportajes completamente inventados. La cifra va por 14 y contando. Por lo pronto, a Der Spiegel solo le queda explicar qué falló en su sistema y la tarea, nada sencilla, de recuperar credibilidad.
Plagio sobre la prensa
Sin duda, una gran ironía es que a una periodista veterana como Jill Abramson, nada menos que ex editora ejecutiva de The New York Times, se le acuse de plagio en una obra que denuncia los vicios editoriales, éticos y políticos de su antigua casa, el Times de Nueva York, y el otro gran periódico estadounidense, The Washington Post.
Efectivamente, Abramson publicó recientemente un libro llamado "Los Mercaderes de la Verdad", en el cual, incluso a partir de su propia experiencia, cuestiona los esguinces de las líneas editoriales del Times y el Post, sus maneras de abordar los hechos informativos y los conflictos de intereses en los que generalmente se ven involucrados.
Todo bien, hasta que comenzaron a aparecer denuncias de plagio de diferentes trabajos periodísticos en la obra, incluso de The New Yorker. Abramson tuvo que reconocer elusivamente que había "problemas con la acreditación de las fuentes", pero ya el daño está hecho.
Muchas comparecencias en medios para defender la idoneidad de su trabajo de investigación, y la utilización de su propia reputación como aval han funcionado poco para justificar lo que parece ser una moda, especialmente entre políticos.
Las redes en el centro del problema
Lo que conecta a ambos casos es el papel paradójico de las redes sociales. Por un lado, facilitaron el fraude de Claas Relotius y las "inexactitudes metodológicas" de Abramson, pues la información que necesitaron para realizar sus cuestionados trabajos estaban al alcance de dus dedos, en cuentas de Facebook, Instagram y Twitter, así como en blogs y páginas web.
Pero, así como sirvieron de apoyo, las redes también fueron herramientas esenciales para denunciar sus prácticas. Por supuesto, nunca puede ser la idea condenar la utilización instrumental de las redes sociales por parte de los periodistas -que, por cierto, son usadas por 90% de los reporteros estadounidenses como fuentes habituales segun un reporte de Bloomberg-, pero no deberían ser sustitutos absolutos de la cobertura directa.
Tanto Relotius como Abramson, en distintos grados, violaron códigos fundamentales del periodismo, y eso no solo habla de un mal uso de tecnologías, sino de una descomposición que, ante estos escándalos, socava la ya golpeada credibilidad de los medios, sobre todo en los países democráticos occidentales.
Sin duda, en ambos casos queda la reflexión sobre regresar al periodismo, ese que se hace en la calle, viendo a los entrevistados a la cara y buscando los datos de manera directa. Está claro que hacer periodismo es la única manera de atacar al fenómeno creciente de las "fake news", tanto online como offline.
PUBLICADO: 18 de febrero de 2019