En los años 1600, cuando el tirano mandó, los europeos ya establecidos en América profundizaban la colonización y por supuesto la iglesia católica continuaba ese lento proceso de venderle y convertir a los “locales” del continente a la palabra de Jesús. François de Laval fue designado Obispo de Quebec en 1658, lo que en el siglo XVII tiempo se conocía como la nueva Francia y que ahora se conoce como Canadá, (extensión de tierra que iba desde la bahía de Hudson hasta Luisiana).
El obispo de Quebec no era cualquier funcionario puesto ahí para tener uno en las tierras salvajes, de hecho, el obispo Laval fue beatificado por Juan Pablo II y convertido en santo en 2014 vía “canonización express” por el papa Francisco. Fue un férreo luchador de la separación de poderes entre la iglesia y gobierno, gracias a sus movimientos políticos para quitarles de encima a los jesuitas, a los sulpicianos que aspiraban hacerse con el territorio, se elevó a la Nueva Francia a vicariato apostólico, convirtiéndose Laval así en el padre de la iglesia canadiense. El propio Juego de Tronos.
El obispo de Quebec había entrado en guerra con el gobernador de la “Nouvelle France”, Voyer d’Argenson, quien insistía en vender libremente alcohol a los nativos para dominarlos más fácilmente. Este tipo de guerra química primitiva era considerado por Laval una vergüenza para las colonias, por lo que se opuso, peleó y ganó, pero su popularidad y la de la iglesia católica entre los indígenas, al verse forzados a esa lamentable ley seca, quedo por el suelo.
A esto hay que sumarle que a los “locales”, ciertas costumbres católicas como la práctica del ayuno y la abstinencia de carnes durante la cuaresma era prácticamente una ofensa para un pueblo de culinaria casi exclusivamente carnívora. Laval en otro movimiento de “Glocal Marketing” presenta el caso ante sus superiores pidiendo que el castor, animal abundante en los lagos y ríos de Canadá y un plato sumamente apreciado por los indígenas de la zona, fuese considerado un “pescado” por la cantidad de tiempo que este animal pasa en el agua.
Ese fue uno de los milagros del Obispo Laval: para la iglesia católica, el castor, ese simpático mamífero de 4 patas con abundante pelo, se convirtió en pescado permitiéndosele el consumo de este animalito a los locales durante la Semana Santa. Este movimiento le dio un segundo aire a la iglesia y al cristianismo entre los aborígenes que aún resentían lo de la ley seca, cual turista criollo que se encuentra la licorería cerrada cada vez que al gobierno le da la puntada justamente en la semana mayor.
Pero esta no fue la única vez que el Vaticano adaptó su “producto” para aplicar la simpatía activa del “mercadeo glocal” en cuestiones de placeres de la carne y ayuno.
100 años después de la épica batalla del obispo de Quebec, un cura venezolano logró que el Vaticano cambiara de un plumazo la clasificación científica animal y, quizás sin proponérselo, le echó una gran vaina a uno de los orgullos de la fauna criolla, el chigüire.
El protagonista de esta historia, es nada menos que Pedro Ramón Palacios Gil, mejor conocido como el Padre Sojo. Hijo de una familia de gran linaje (era el tío abuelo del Libertador) se ordenó como sacerdote en 1762 y seis años después partió hacia a Europa a visitar personalmente la casa de San Pedro y regresaría a Venezuela en el 69 con una bula papal que cambiaría la gastronomía teológica del país para siempre.
Cuenta la leyenda que estando en Roma, el padre Sojo escuchó la historia de cómo el castor pasaba ante los ojos del Vaticano como pescado gracias a la épica movida del Obispo Laval. Ni corto ni perezoso, nuestro padre armó su caso para que el chigüire, (que dicho sea de paso es como un primo flojo del castor que no hace represas), para que se incluyese en la lista de excepciones, y no solo eso, sino que además empaquetó en el trámite a la lapa, al morrocoy y la baba. Todos le fueron concedidos.
Como si fuera poco al Padre Sojo se le atribuye la llegada de las primeras bolas criollas a estas tierras, lo que definitivamente lo convierten en un héroe de la patria, sin tomar en cuenta que es el fundador de la primera escuela de música seria del país, donde se graduarían nada más y nada menos que José Ángel Lamas y el mismísimo autor de la música del himno nacional, Juan José Landaeta entre otras grandes figuras importantísimas de la música clásica venezolana.
Esta es una de las versiones del porqué los venezolanos podemos comer chigüire en Semana Santa. La otra historia cuenta que cuando se introdujo la actividad ganadera en los llanos, el chiguire se convirtió en una plaga ya que competía con las vacas por el pasto, lo que casi lleva a la extinción al pobre roedor gigante. Los locales para no perder esa carne la salaban como los pescados y ante la gran pobreza de estas tierras y la falta de alimento el obispo Mariano Martí dio el permiso para el consumo del mismo en Semana Santa.
De esta manera, Venezuela se convirtió en un santo escenario de “Glocal Marketing” de emergencia; y de cómo la iglesia le echó una vaina a nuestro pobre chigüire.
PUBLICADO: 17 de abril de 2017