Lo de Globovisión es un verdadero cisma periodístico, inédito en el mundo, por fondo y forma. Ocurre por razones profesionales, pero ajenas a peleas salariales, laborales o crisis económicas (como en las recientes cesantías de periodistas de España, Perú o Brasil). El despido o renuncia de 25 profesionales reconocidos del único canal que en Venezuela informa y opina 24 horas al día, pone en riesgo el futuro de esa importante empresa y el propio ejercicio de la profesión, que implica, siempre, que los medios y sus periodistas deben tener compromisos mutuos y metas coincidentes.
La misión de un periodista es informar, opinar y hacer que otros opinen buscando la verdad con amplitud, equidad, independencia y la mayor objetividad posible. Es obvio que el medio para el cual trabaja debe respetar su principio de ejercicio sin ataduras políticas, religiosas o económicas. Si no es así, no hay modo de trabajar juntos.
Ese desacuerdo básico ocurre entre Globovisión y la mayoría de sus periodistas, que son —de paso— su principal fuerza de trabajo y casi su único valor agregado. Sin periodistas, un canal cuyo slogan es “24 horas de información”, no existe, aunque transmita CNN. De allí que la crisis sea tan grave y de difícil solución. Porque involucra un asunto ético –medularmente profesional— que atañe a la razón de ser del periodismo y su rol, crucial en democracia.
Más aun cuando la empresa es privada y sus empresarios, al comprar, se comprometieron públicamente con una línea editorial “centrista”, un nuevo rumbo, distinto del sesgo antigubernamental que se atribuía a Globovisión. El vendedor/fundador, Guillermo Zuloaga, incluso pidió a sus ex empleados —y por extensión obvia a todo su público y no pocos anunciantes— un “voto de confianza” para la nueva directiva.
Todos aceptaron y los principales “anclas” (conductores estelares, en argot televisivo) asumieron el voto de confianza y la ”nueva” línea editorial. Muchos, incluso, bajo la razón de mantener sus espacios —su trabajo— pensando que los principios rectores del buen periodismo se revalorizan más con una línea editorial de centro, que estando en los extremos.Una verdad casi de Perogrullo.
Por eso lo que pasó es sorpresivo. Se supone que nadie quería este desenlace: ni la empresa que impuso las reglas de juego y su línea “centrista”;
ni los periodistas que la aceptaron; ni los anunciantes –obvio--; y menos el público, que siguió fiel: el rating promedio en los últimos 3 meses cayó apenas 20% (1,5 puntos) cuando el pronóstico generalizado era que a Globovisión “ya nadie lo vería”.
Pero alguien pateó el tablero y no parecen haber sido los periodistas. Incluso ni Chuo Torrealba ni Leopoldo Castillo se fueron dando un portazo.
Al revés: la dramática despedida del Ciudadano, que con la nueva directiva hasta había aceptado ser director general interino —prueba enorme de buena fe— debió ser consensuada con los accionistas. O no hubiera ocurrido.
Tampoco se puede pensar sensatamente que la crisis se generó adrede para acabar con Globovisión. Nadie en su sano juicio compra un negocio para enterrarlo. Y menos para enterrarlo en nombre de “otro”. Y menos todavía cuando el entierro era gratis para ese “otro” dentro de un año y medio, al vencerse la licencia.
Pero lo que pasó es concluyente: los periodistas están fuera y Globovisión enfrenta la alternativa de hierro: continuar. Como empresa privada es un negocio (hasta ahora nada malo) que responde ante los accionistas; pero como medio se debe a público y anunciantes. El público clásico, con lo sucedido, probablemente no le siga siendo fiel. Deberá entonces renovar su audiencia. Buscar otra. Los anunciantes suelen responder casi exclusivamente al rating. Está todo dicho. Globovisión no la tiene fácil.
Su reto requiere de tres factores: tiempo, plata y talento. El primero depende de que los otros dos existan. El segundo posiblemente no falte. El tercero es lo más complejo: el periodismo profesional en Venezuela entró en estado de shock por el cisma que vive, cuyas repercusiones verdaderas aun están por verse y pueden ir más allá de todo lo imaginable. Cuando se abre la caja de Pandora, hay que tener la tapa o atenerse a las consecuencias.
Por: Raúl Lotito
PUBLICADO: 21 de agosto de 2013