Todos lo recordamos con esa mirada de ojos pequeños, como entrecerrados, que se escondían detrás de sus lentes. No necesitaba abrirlos demasiado para ver el mundo de una forma mucho más clara que el común de la gente, como suelen hacer esos pocos seres que el resto de los mortales calificamos de “genios”.
Su perfil más visible era el de aquel creativo y mordaz caricaturista que formó parte de la vida de los venezolanos por más de 50 años: las viñetas de Pedro León Zapata eran –y sin duda seguirán siendo– el más acertado diagnóstico de los vaivenes de Venezuela y una fuente constante de reflexión.
Pero Zapata también fue un artista plástico excepcional. Formado en Caracas y México (llegó a estudiar con Diego Rivera), dominaba no pocas técnicas pictóricas con un estilo único. Por fortuna, su arte puede ser apreciado por los caraqueños a diario, a través de “Conductores de Venezuela” ese emblemático mural inaugurado en 1999 que, a su modo, alivia el sofocante ajetreo de la capital.
Además, Zapata era un mago de las palabras. Poseedor de un tono extraordinariamente apacible, solía valerse de frases sencillas (por momentos naif), aderezadas con redundancias y una que otra cacofonía, que en él sonaban siempre brillantes. Por eso, cuando él hablaba –y lo hacía con una humildad notable–, el resto se limitaba a escuchar. Y así también supo tener espacios en radio y televisión.
Fue, a todas luces, un comunicador formidable.
Y seguramente por eso, a pesar de la delicada condición de salud que padeció durante sus últimos años, Zapata –con la ayuda de su amada Mara– se las ingenió para seguir publicando ininterrumpidamente sus “Zapatazos”: esos trazos sencillos conjugados con frases geniales, enmarcados en un pequeño rectángulo dentro de la sección de opinión de El Nacional. Un pequeño rectángulo que durante décadas le bastó para analizar y hacer pensar al país que lo vio nacer y crecer, que lo disfrutó y que ya lo extraña.
Ernesto Lotitto Martínez
@lotitto
*PS: Nunca tuve una relación personal con el Maestro Zapata, pero sí tuve el honor de entrevistarlo en 2006. Fue una conversa larga y muy amena en su casa, donde nos acompañaron los numerosos gatos que vivían con él y Mara. Hablamos de todo: su pasado y presente, arte, humor, enseñanzas y, cómo no, de política. Incluso tocamos el tema de las amenazas a Charlie Hebdo, que apenas se acababan de dar (fue cuando dijo que “el ideal del humorismo es meterse con lo serio, con lo solemne, con lo sagrado y con la divinidad hasta donde sea posible”, como reseña esta nota), y hasta llegó a hacer una pequeña caricatura de la entrevista (a petición mía, claro está), que es la que ilustra este texto. Aún conservo los cassettes. Fue uno de los trabajos que más he disfrutado como entrevistador, y lo titulé “Genio y caricatura”. Muy a mi pesar, hoy me tocó darle el trazo final a ese epígrafe.
PUBLICADO: 07 de febrero de 2015