De que la innovación es clave para el desarrollo de las naciones, no queda hoy ninguna duda, por lo que poco sorprende el hecho de que los cinco países más innovadores del planeta –Suiza, Suecia, Reino Unido, Países Bajos y Estados Unidos–, de acuerdo con las más recientes evaluaciones[1], se encuentren también entre los diez más competitivos[2] y entre los que pueden presumir de un muy alto desarrollo humano[3].
No obstante, creer que la innovación puede llevarse a cabo de manera efectiva, indistintamente de las condiciones del entorno, es un error que podría conducir a un estrepitoso fracaso, dado que la posibilidad real de impulsarla estará condicionada por las facilidades que este sea capaz de proporcionar –libertades plenas, seguridad jurídica, educación de calidad, flujo continuo de conocimiento y tecnología, sofisticación del mercado, entre muchas otras–.
Esto explica, por ejemplo, el que en un país como China, que a principios del siglo XXI asumió como política de Estado la construcción de una economía basada en la innovación, tenga aún capacidades muy limitadas para hacerlo, si se comparan con las de los cinco países mencionados, radicando su sostenido crecimiento económico –que no desarrolló–, en los últimos años, en una descomunal oferta de productos de bajo costo que no derivan de verdaderos procesos de innovación.
Pero comparadas con Venezuela, naciones como China, Rusia y otras con gobiernos que también carecen de un auténtico espíritu democrático, podrían considerarse aventajadas, porque, a diferencia de estas, en el país no prevalece el pragmatismo sino un dogmatismo retrógrado en el diseño e implementación de las políticas económicas, a lo que se suma una peligrosa volatilidad sociopolítica como consecuencia de la reiterada vulneración del Estado de derecho.
Sin duda, un contexto en el que aquel “círculo virtuoso” que para muchos es originado por la innovación, difícilmente puede producirse. Por el contrario, la crisis venezolana ha generado un círculo vicioso en el que la necesidad de innovación aumenta en la misma medida en que las circunstancias impiden llevarla a cabo a gran escala –y ni siquiera con un alcance más modesto–, aunque su ruptura solo parece posible en una dirección: la resolución del componente político de dicha crisis como paso previo al establecimiento de un modelo centrado en la innovación que permita el exitoso avance hacia el desarrollo.
He allí un muy buen ejemplo de la importancia de la innovación en tiempos de crisis, en los que si bien aquella no juega un destacado rol en lo inmediato, sí cobra una indiscutible relevancia en el ulterior logro de ese desarrollo que tales situaciones suelen frenar, por lo que no considerarla prospectivamente como un pilar del mismo cuando la tormenta arrecia, es posponerlo a un excesivo costo.
Lo que hay que tener claro es que en tan compleja dinámica el orden de los factores sí altera el producto.
@MiguelCardozoM
Referencias
[1] Cornell University, INSEAD y WIPO. 2013. The Global Innovation Index 2013. Ginebra, Ithaca y Fontainebleau.
[2] World Economic Forum. 2013. The Global Competitiveness Report 2013-2014. Ginebra.
[3] PNUD. 2013. Informe sobre Desarrollo Humano 2013. Nueva York
PUBLICADO: 16 de septiembre de 2014