El propósito de la hegemonía comunicacional, en absoluto exclusivo de la dada a llamar Revolución del Siglo XXI, forma parte de las anacrónicas recetas de los regímenes totalitarios: pensamiento único que derive del triunfo de la propaganda sobre la libertad de información y opinión. Como en todos los ensayos autoritarios, de derecha o de izquierda, en el venezolano se alcanza un grado importante de instrumentalización, pero se llega al crítico momento en que el hegemón pierde control porque la realidad de afectos y adversarios, definitivamente comienza a ganarle la partida a la mentira.
Casi pataleaba en sus primeros actos de pretendido orientador del gran show revolucionario. Hugo Chávez blandía en una mano la primera página de algún impreso nacional, y en la otra un facsímil de portada que le preparaba su debutante corte de propagandistas en el Ministerio de Información. Los periodistas, todos, una basura; mientras el Comandante ya anteponía a la “canalla mediática” la “conciencia del nuevo hombre”.
Uniformar la opinión pública conforme a la propaganda oficialista no ha sido un proceso estrictamente mediático. En la medida en que los programas sociales bautizados como “misiones”, fueron más cosa del partido que del gobierno, sirvieron en mucho para inculcar entre los beneficiarios la idea de que ahí estaba, en el médico, en la bolsita de mercado, en los esfuerzos de escolaridad y alfabetización, en las becas; una muestra del enorme sacrificio “rojo” para que la gente sobreviviera a la gran “conspiración oligárquica”, misma a la que entre el mismo público los activistas del partido echaron la culpa de la destrucción de decenas de miles de empresas, cuatro millones de hectáreas donde antes se producía venezolano y las consecuencias en gravísima inflación, escasez y trágica pérdida del valor del bolívar. El esfuerzo propagandístico “cuerpo a cuerpo” es digno de estudio en la simple lectura de los empaques de alimentos, de los nuevos textos, de los manuales de entrenamiento para entenderse como “ciudadano comunal” y ni hablar de las cartillas que pretenden dar razón de ser a los milicianos, sólo por citar algunos ejemplos.
Su cuota de complicidad la han materializado también instituciones del Estado, cuyos conductores se uniformaron en la opinión discriminatoria del gobernante. Así, por ejemplo, podríamos entender como el Ministerio Público cobró desde hace mucho tiempo perfil de órgano de persecución contra quienes la propaganda oficialista viene bautizando como “enemigos internos”.
Entendamos entonces que si en lo económico y social, la propaganda gobiernera construyó el “estado general de necesidad” para justificar al jefe como sacrosanto benefactor; en el campo político tanto los órganos de justicia como las instituciones armadas del país actuaron desde hace mucho conforme al “estado general de sospecha”, para vengar las causas de los más nobles y necesitados.
Y claro que lo mediático es la gran caja de resonancia. De paso el petrodólar ha sido descaradamente orientado a que la bulla vaya mucho más allá de nuestras fronteras, no sólo con Telesur o la Radio del Sur, sino a través del financiamiento directo a medios en otros países. Hace siete años el cierre de la señal de Radio Caracas Televisión (RCTV) concretaba en “golpe” el anunciado control sobre los medios de comunicación que antes había tomado forma legislativa en la llamada Ley de Responsabilidad de Radio y Televisión (RESORTE). Desde entonces, más cierres de medios, más persecuciones a periodistas y directivos, más acento propagandista en los medios que dejaron de ser de “todos los venezolanos”, y más autocensura de otros, a los que el gobierno públicamente celebró su rectificación.
El detalle está en el destino que regularmente tienen garantizado estos proyectos. No obstante la inventiva propagandística que abre la novela de una guerra económica y de eternas conspiraciones con supuestos magnicidios abortados, gracias a Dios; la ineptitud y la corrupción quizás no sean admitidas aún por todos como signos de la revolución, pero sí que resulta indetenible la generalizada opinión de que las cosas están muy mal, que comida y medicinas son difíciles de encontrar, que aunque aumenten el salario cada vez alcanza para menos, que de paso la delincuencia le pudo a la cháchara del gobierno (…)
En este estadio, la fiera totalitaria escala en su nivel de agresividad. El estudiante es delincuente y el torturador un héroe, según su opinión, la que obligan a que prevalezca en los medios y en todas las instituciones. Es momento cumbre del enfrentamiento entre la verdad y la mentira. Justo el momento en que los poderosos escrutados y sentenciados por la realidad echan sus cartas más crueles a la mesa, las que sean con tal de preservar el poder. Y el mismo momento, en que la ciudadanía en general, sin distingo de adscripción política, tendrá como echar mano de la enseñanza cristiana: LA VERDAD NOS HARÁ LIBRES.
Miguel Ángel Rodríguez
Periodista y Diputado
PUBLICADO: 14 de julio de 2014