Algunos entienden la opinión pública como la opinión de la gente, como la sumatoria de lo que los individuos que conforman una población opinan acerca de un tema en particular. Otros, en cambio, la conciben como la opinión de unos pocos, la opinión de una minoría o de las élites dentro de la sociedad. También existen quienes definen la opinión pública como aquella que se emite desde los medios de comunicación de masas, equiparando de esta manera el concepto al de opinión publicada. La idea de opinión pública puede entenderse como un acuerdo explícito o tácito entre una multitud de personas que comparten un punto de vista sobre una temática o tópico social. Las bases sobre las que se levanta la opinión pública moderna, en el contexto de sociedades masivas, son puestas en juego por agentes en el proceso de comunicación.
Los medios masivos de comunicación son vehículos a través de los cuales se construyen cogniciones socialmente compartidas y formas de interpretar la realidad. Transmiten y crean imágenes, ideas, información y acontecimientos que forman parte de los sistemas políticos, sociales y culturales. Alimentan el flujo de opinión pública, crean tendencias en ella, la proveen cotidianamente de objetos de atención y pensamiento, así como de relaciones y explicaciones relativas a ellos. Los medios no sólo comunican, sino que también generan corrientes de opinión y formas de interpretar los sucesos. Las ideas de estos dos primeros párrafos, en torno a cómo se conforma la opinión pública y su relación con los medios de comunicación las he tomado de Orlando D’Adamo, Virginia García Beaudoux y Flavia Freidenberg, autores del libro “Medios de comunicación y opinión pública”, editado en Madrid (2007) por McGraw-Hill.
En Venezuela tenemos serias dificultades para saber a ciencia cierta lo que está pasando en el país. Tenemos señales, pinceladas, algunos datos sueltos o testimonios personales que nos ayudan a formarnos una idea de qué está ocurriendo realmente. Las semanas posteriores al 12 de febrero de 2014, con los sucesos que detonaron una serie de protestas, si algo dejaron al descubierto es la enorme desconexión social e informativa que prevalece en Venezuela. Desconexión que efectivamente ha fomentado la Revolución Bolivariana como eje central de su política comunicacional.
Ante la ausencia de información confiable y verificada, se ha llenado el vacío –en parte desde las redes sociales– con rumores, versiones falseadas y desinformación oficial. La situación venezolana reitera lo que ha sido un aspecto resaltado largamente desde el campo de estudio de la opinión pública: el papel de los medios de comunicación como canal informativo central en las sociedades de masas.
El paulatino pero inexorable control estatal sobre la televisión en Venezuela, cuyo clímax lo tuvimos con la censura informativa de la televisión venezolana, en su conjunto, en torno a los sucesos a partir del 12F, debe leerse junto con el dato arrojado por encuestas recientes que ratifican que para la mitad de los venezolanos su principal fuente de información lo sigue siendo la televisión abierta.
La brecha social (pobres-no pobres) y geográfica (rural-urbano) que marca la orientación política del venezolano tiene también un correlato entre conectados a las redes y los no conectados. Para poder pensar en términos de una opinión pública mayoritaria, no puede soslayarse aquella mitad del país que cada día sigue apelando a la pantalla chica para enterarse qué está pasando. Y sabemos que para poder formarse una opinión deberían estar en primer lugar informados de qué está pasando.
PUBLICADO: 10 de julio de 2014