Nuestros hábitos de consumo se han visto forzados a cambiar como consecuencia de la situación de carencia de bienes y servicios. Los consumidores, independientemente del estrato socioeconómico, debemos “perseguir” en distintos establecimientos productos básicos como: leche en polvo, harina, compotas, margarina, pañales, medicinas y hasta papel higiénico.
Más allá de la odisea que implica encontrar estos artículos de primera necesidad, vale la pena preguntarnos si lo que nos ocurre como sociedad es que nos “adaptamos” muy rápido a condiciones adversas –después de todo somos tan sociables que para muchos tener que hacer largas colas y pasar tiempo allí podría convertirse hasta en una “diligencia” entretenida– o si por el contrario, nos molesta sobremanera pero nos “resignamos” en una suerte de “indefensión aprendida”, condición de una persona o animal que aprende a comportarse pasivamente y que no reacciona para evitar una situación desagradable.
La teoría de la indefensión aprendida está asociada con la depresión clínica y es la resultante de la percepción de ausencia de control sobre el desenlace de una situación. ¿Aplicable en estos momentos al consumidor venezolano que tolera, aunque no de buena gana, la escasez? Al parecer sí, el venezolano se ha “resignado” a tener que buscar los insumos básicos de forma persistente, a realizar largas colas, a “rogarle” a la cajera que le permita llevarse dos unidades o incluso a pelearse con otros ciudadanos por los productos.
El consumidor “indefenso” se ha acostumbrado al estrés, a pagar el producto más caro, a trastocar su presupuesto comprando más de lo normal porque existe la incertidumbre de no saber si lo volverá a encontrar, lo cual no sólo genera angustia y va en desmedro de su calidad de vida, sino que provoca un impacto en su autoestima más profundo de lo que creemos.
Otra de las “sensaciones” que se manejan es que el consumidor, al angustiarse y comprar en “exceso”, genera esta situación de insuficiencia de los productos básicos debido a que compra mayores cantidades, lo que hace que otros no puedan adquirir los bienes, ergo, hay que racionárselo y venderle sólo lo que “alguien” fije, que el consumidor necesita. Es decir, la víctima de la situación es el propio culpable y el causante de tamaña injusticia. “Eso ocurre porque hay gente que acapara y no piensa en los demás”, dicen, aparentemente muy convencidos, algunos. Nuevamente terminamos agrediéndonos unos a otros y cerramos los ojos ante la realidad. Y viene la negación, mecanismo básico de defensa del Yo que consiste en enfrentarse al conflicto negando su existencia o su relevante relación con un actor en particular.
Pareciera que nos saquearon, pero “el sentido común”, pues en el fondo produce una gran depresión ver y sentir en carne propia el deterioro de un país que ofrecía una enorme variedad de productos y servicios. Siempre habíamos vivido con ese “imaginario social de abundancia”. Esto agudiza la percepción de que estamos ante una catástrofe económica que nos pisa los talones de manera traumática a todos y que se transmite como un metamensaje: “no hay salida”.
Desconocer qué tan “temporal” será esta situación de desabastecimiento nos lleva a inevitables preguntas: ¿Qué pasará con nosotros si esta crisis de insumos se agudiza? ¿Cuáles son las verdaderas causas del desabastecimiento? ¿Cuáles son los verdaderos costos de producción y distribución de los insumos que consumimos? ¿Volveremos a ver en los anaqueles nuestras marcas preferidas? ¿Volveremos a tener el derecho de elegir un producto sobre otro o será un “lujo” que no volveremos a darnos? Habrá que esperar.
Nicole Vigouroux
PUBLICADO: 23 de junio de 2014