A continuación reproducimos una entrevista que le hiciera PRODUCTO al maestro Pedro León Zapata para la edición aniversaria de 2007: Soy venezolano y no me voy.
El recientemente fallecido artista vivió 10 años en México, a donde fue luego dehaber obtenido una beca para estudiar pintura.
El venezolano que fue mexicano
Cuando se abren las puertas de la casa de Pedro León Zapata, inmediatamente Dora, una perrita negra, sale a dar la bienvenida; pero no se limita al simple saludo, te lleva hasta el sofá y espera allí pacientemente mientras el señor de la casa termina su desayuno. En ese momento notas que no solo está Dora, también aparece Rumba, otra perrita, y unos cinco gatos te rodean con mirada intimidante; queda claro que estás usurpando su lugar. “Son como diez gatos y en el piso de arriba hay tres perros más”, explicaría Pedro León más adelante. Su esposa, la periodista Mara Comerlati, es amante de los animales y más de una vez ha recogido gatos o perros atropellados en la calle.
-Entonces le gustan los animales.
-Sí claro, no me queda otra –responde entre risas-. A ella le gustan los gatos, no es que a mi me disgusten pero no soy yo quien los trae.
Pedro León y Mara tienen más de veinte años de casado, se conocieron cuando ambos trabajaban en El Nacional y tienen dos hijos fruto de esa unión. Él también tiene tres hijos de su primer matrimonio, el cual fue con una mexicana que conoció mientras estudiaba en la Escuela de Arte de La Esmeralda en México. Había recibido una beca para estudiar pintura y luego empezó a trabajar. Terminó quedándose 10 años.
-¿Pensó en quedarse allá definitivamente?
-Sí como no, yo era mexicano y actuaba como tal. Yo era un profesor que daba clases, nunca me dijeron tú eres venezolano. Incluso, en ese último año que pasé en México hubo una gran bienal de arte mundial con artistas como Jackson Pollock. Paralelamente organizaron un salón de pintura mexicana como para calmar los ánimos, porque los pintores mexicanos que participaban en la bienal eran escogidos a dedo: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, los grandes. Para que los menos grandes no se ofendieran crearon ese salón.
“Yo mandé una obra. Luego, uno de los jurados, que además era mi profesor, Orozco Romero, contó que consideraron mi cuadro para darle el premio, pero resultó que él mismo dijo: ‘pero hay un detalle, él es venezolano y este es un salón que estamos haciendo para mexicanos’. Nadie se acordaba de eso, entonces me dieron una mención que recibí de manos de David Alfaro Siqueiros y de un gran pintor mexicano que se llamaba Francisco Goitía; él era un señor venerable, como un Reverón. Es decir, yo llegué a ser tan mexicano que hubo quien se lo creyó.
Zapata recuerda que la beca era precaria e irregular; a veces tardaba mucho tiempo en llegar el dinero, entonces comía “fiado” en los restaurantes, sobrevivía con lo mínimo. Al casarse fue cuando empezó a trabajar como profesor de la Escuela de Bellas Artes en Acapulco. Hasta que un día le dijeron “se acabó” y, en efecto, se acabó la beca, pero sin pasaje de regreso. Para completar el panorama, Venezuela estaba en plena dictadura de Marcos Pérez Jiménez, así que veía su regreso como algo muy lejano.
-¿Por qué decide regresar si estaba tan aclimatado?
-La caída de Pérez Jiménez despertó el deseo de estar aquí. Cuando estuvo en dictadura no me daban ganas de regresar, hay que tener en cuenta eso, estuve fuera todo el tiempo que duró la dictadura. Prefería seguir viviendo en México pero sin olvidar el país, porque a uno nunca se le olvida el país. Curiosamente, con todo y eso de que hablaba y actuaba como mexicano, nunca se me olvidaba que yo era venezolano, en todo momento tenía presente que no era de allí. Es como una conciencia que te lo repite siempre y me imagino que eso le pasa a toda persona que vive fuera de su país.
-¿Y cómo hizo para volver?
-Al caer la dictadura de Pérez Jiménez y el gobierno que vino luego creó un fondo para pasajes para el montón de exiliados que había allá; todos regresaron porque el consulado les pagó el pasaje. Cuando hablé con el cónsul le quedaban dos pasajes, y con esos nos vinimos mi esposa y yo.
Regresando de México fue cuando Zapata se dedica a hacer caricaturas formalmente, primero en un semanario llamado Dominguito y luego vendrían los legendarios Zapatazos de El Nacional. “Pensaba que la caricatura iba a salir una vez a la semana y de vez en cuando llevaba una, hasta que Ramón Velásquez me dijo: ‘mira la caricatura es diaria’. Yo tenía días trabajando salteadito, hasta me sorprendía que publicaran tan rápido. Comencé a llevarlas todos los días y me di cuenta de que era un caricaturista con todas las de la ley. Muchos lectores y amigos creían que me censuraban las caricaturas porque salían de vez en cuando y era que yo las llevaba de vez en cuando, no por inconvenientes políticos”.
Sin embargo, el mismo Zapata recuerda con cierto asombro que sus primeras caricaturas datan de cuando estaba en quinto grado. “Ahora fue cuando me vine a percatar de que mis primeros dibujos en el periódico Mural del colegio fueron caricaturas. Recuerdo con gran precisión una, porque el Dr. Luis Beltrán Prieto tenía un cargo en el Ministerio de Educación y fue al colegio como inspector. Cuando la vio le llamó la atención y preguntó: ‘¿Y esto a qué se debe?’. El director le explicó lo que quería decir, era una caricatura contra él mismo, contra la dirección de la escuela. Fíjate qué casualidad, fue la primera caricatura que recuerdo, fue la primera caricatura que fue vista por alguien importante y fue una caricatura contra el propio gobierno de la escuela”.
-Entonces, desde niño tenía una visión crítica.
-Inevitablemente, porque cuando uno hace caricaturas siempre tiene que ser así, si uno está muy conforme con lo bonito que es el mundo, bueno, uno se vuelve paisajista y se pone a pintar paisajes. Cuando uno recurre a caricaturas es porque tiene la necesidad de hacer una crítica, es porque uno no está conforme con la belleza del mundo.
-¿En algún momento pensó en volverse a ir fuera del país?
-Pienso en eso y creo que nunca he sentido deseos de irme de Venezuela. Recuerdo que estuve en París unos tres meses y sí sentía como ganas de quedarme, me gustaba tanto, me pareció tan extraordinario aquello. Pero me regresé, no me quedé, y me sentí muy bien, tanto que no he vuelto a sentir más nunca el deseo de vivir en otra parte. Yo creo que, con todo y la inconformidad con infinidad de cosas que pasan en el país, yo donde mejor me siento es en Venezuela.
“Voy a decir algo todavía más exagerado: así como García Márquez dice que él es colombiano de Macondo, ese puntito que además no existe y que lo ha universalizado, yo, no por imitarlo sino por coincidencia, diría que hay un puntito de Venezuela que es mi Macondo que es aquí donde trabajo: la mesa y el caballete donde pongo los cuadros. Ahí está mi patria, ése es mi país y no me quiero despegar de allí. Mi vida gira alrededor de ese punto en donde está mi material de trabajo, en donde hay cosas por terminar y en donde, además, tengo la posibilidad de hacer algo nuevo todos los días”.
Mílitza Zúpan
PUBLICADO: 11 de febrero de 2015